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Sinopsis
Si ser la novedad, un señor nuevo en el pueblo se gana el cariño de la gente con su simpatía y sus tacos de canasta exquisitos; no es hasta la desaparición de un joven que las cosas se tornan un tanto desagradables
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El Señor de los Tacos de Canasta
En una salida a acampar con toda la familia, uno de mis tíos comenzó a contar historias de terror en la fogata que habíamos hecho al llegar la noche.
Ya no habían niños entre nosotros los primos, así que ninguno de ellos tuvo objeción alguna para que dieran detalles un poco gráficos o espeluznantes en los relatos.
Fue mi tío Ramíro el que contó esta historia que no tenía que ver con nada paranormal sino algo mucho peor, algo que realmente les había sucedido cuando todos ellos eran pequeños.
Un día en la pequeña ciudad donde todos se criaron, llegó un señor bastante amigable con todos los vecinos, aparentemente rentaba una casa a unas cuantas calles de donde ellos vivían.
Él rápidamente se hizo conocido, por su amabilidad y alegría que desprendía, pero también porque comenzó a vender tacos de canasta en el barrio.
Si bien no eran tan nuevo el platillo en la comunidad, pues ya habían algunas pocas personas que también los vendían, sus tacos de él se hicieron muy populares por su sabor.
Cualquiera decía que eran de los mejores que habían probado nunca.
Sencillamente se había ganado a las personas tanto por la vía del tacto o amabilidad como por el toque en la cocina que él tenía.
No había día que no saliera a las 7 de la mañana en punto a vender sus famosos tacos, recorría todo el vecindario montado en su bicicleta y al cabo de una o dos horas regresaba a su casa por otra canasta para seguirle.
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Pronto abrió un local en una de las avenidas principales y parecía que la vida le sonreía pues no había momento por la mañana en que no llegaran personas a comprarle.
Evidentemente tuvo que comenzar a contratar a una que otra persona para poder darse abasto con la clientela que manejaba.
Hasta este momento del relato, tanto mis papás como los demás hermanos estaban atentos a la historia que contaba mi tío, concentrados en rememorar aquella época.
Tanto que a nosotros los primos nos dio aún más curiosidad saber más de la historia, así que nos quedamos atentos, en silencio.
Con el sonido de la voz del tío Ramíro, de los animales nocturnos, de la brisa que se pasaba a lado de nosotros y la madera quemándose poco a poco.
Un día, uno de los chicos que trabajaba para el señor nunca más apareció, él decía que el joven se había molestado y se fue haciendo una rabieta al final del turno y que no lo había visto más.
Sus compañeros respaldaban hasta cierto punto esta historia pues así había sucedido aquella tarde frente a los demás, que supuestamente se había molestado por una discusión sobre las propinas.
La familia, quién en un momento había acusado al propietario sin fundamento alguno, tuvo que resignarse y seguir buscando a su hijo en otro sitio al escuchar a los compañeros.
Sin embargo, uno de ellos mencionó meses después de su desaparición que en realidad había visto al chico entrar a la casa del señor aquella noche después del enojo entre ambos ya que estaba paseando en su bicicleta.
Que si no había dicho nada fue porque no estaba seguro de que fuera su compañero pues los había visto muy a la distancia, además de que él no creía que el señor pudiera hacerle algo, ya que siempre había sido demasiado amable con él y con todos en general.
Que de hecho, esa fue la primer y única vez que lo había visto molesto desde que lo conoció.
Al enterarse la familia de este hecho, buscaron por todos los medios posibles llevar al hombre a testificar o a un interrogatorio, hasta pidieron en diversas ocasiones que se hiciera una búsqueda en la casa de él.
En el Ministerio Público todos estaban muy al tanto de quién era ese señor y del trato que tenía con toda la gente, era obvio que hasta los policías y las personas que trabajaban ahí solían comer los tacos que él preparaba.
Pensaron que se trataba de una familia desesperada por encontrar al chico y que para este punto estarían dispuestos a acusar a cualquier persona que se les hiciera mínimamente sospechosa, además de que no contaban con más evidencia más que el rumor de que alguien supuestamente había visto al chico entrar a la casa de él.
Conforme llegó a esta parte del relato, a los mayores se les comenzó a notar cierta incomodidad al rememorar lo pasado; Una de mis tías hasta se había excusado de ir al baño, pero ya no regresó a la fogata.
Un par de semanas después de aquel rumor apareció la supuesta ropa del chico en el basurero, quién sabe cómo le había hecho la familia para encontrarla tantos meses después, pero todo parecía indicar que la ropa recién había sido tirada.
Esto se dedujo porque la mayoría en el pueblo sabe que cada cierto tiempo todos los desechos se reciclan y que no podrían haberse quedado ahí más de dos meses.
Cerca de donde encontraron la ropa también hallaron unos recibos de luz con la dirección del señor de los tacos de canasta.
Quizá la familia había armado el escenario o quizá había sido mera coincidencia, pero ahora tenían motivos para pedir una orden de cateo en su casa y así lo consiguieron.
Esa tarde tomaron desprevenido al señor, según estaba durmiendo porque en la mañana habían tenido mucho trabajo, lo oficiales le mostraron la orden de cateo y le pidieron hasta disculpa por la molestia, pero que la familia esa estaba aferrada a que él tenía algo que ver.
Según esto, los oficiales vieron la cara palidecer de aquel señor ante la orden frente a él y se le notó el nerviosismo desde el primer segundo, que trató de cerrar la puerta alegando que debía ordenar un poco para poder dejarlos pasar, pero ellos pusieron el pie en la puerta y forzaron su entrada.
Ninguna de las personas que estuvieron involucradas en el caso estaba preparada para lo que se encontraron en la casa del señor.
En la sala todo parecía un poco normal al inicio, excepto por el cúmulo de ropas sucias, viejas y malolientes que estaba en uno de los rincones.
El señor hizo todo lo humanamente posible para alejarlos de la cocina hasta el último segundo.
Todos en la fogata seguíamos atentos al relato, un estruendo se escuchó cerca de nosotros y saltamos del susto; Al voltear sólo vimos un ave alejándose con algo entre sus patas.
Quizá un Búho había atrapado a un ratón o algo así.
Los oficiales notaron al hombre muy nervioso conforme llegaron a donde preparaba sus alimentos y los dichosos tacos.
Al estar cerca de los refrigeradores el hombre dijo que iría un momento por unos papeles que había dejado en la sala, pero al reflexionar un momento sobre la escena el oficial a cargo le pidió a otro que no lo dejara ir y le dijo directamente al señor que todos lo acompañarían en cuanto terminaran de esto.
Procedieron a abrir uno de esos congeladores de suelo que tenía y de la impresión soltaron la tapa inmediatamente, se escuchó un golpe fuerte y ahogaron un grito en silencio mientras miraban aterrorizados al hombre.
Este le dio un empujón al oficial que se quedó con él y trató de correr hacia la calle, pero no contaba con que habían otros policías resguardando la entrada.
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Y aunque no tenían la orden de detenerlo, al verlo correr desesperadamente hacia la puerta supieron que no podían dejarlo ir.
Fue capturado al momento.
La escena en sí revuelve el estómago de tan sólo imaginarlo, seguro que el equipo de seguridad que estaba ahí apenas y logró soportar toda la situación, considerando los demás factores como la impresión, olor, etc.
Los refrigeradores y congeladores estaban repletos de partes de cuerpos, especialmente piernas, torsos y brazos; Era la escena más repulsiva que todo el equipo había vivido alguna vez.
Conforme siguieron las investigaciones descubrieron cientos de huesos y otros restos enterrados en el patio de la casa.
En un inicio el hombre declaró que no le había hecho nada al chico; sin embargo, los análisis lograron identificar que un par de huesos eran de él.
Entre todas las otras cosas, descubrieron un diario donde relataba de manera muy grafica todo lo que les había hecho a esos cuerpos, además de algunos motivos para ello.
En él se confesaban al menos 12 homicidios, pero los cuerpos, restos y huesos superaban por mucho esa cifra.
El señor confesó que le pagaban para deshacerse de cuerpos, pero no dijo ni quién ni de dónde venían o el porqué.
Que la mejor manera que encontró de hacerlo era vendiendo los dichosos tacos.
Hay muchas cosas todavía de este caso que se podrían seguir platicando, pero en una mirada colectiva en la fogata todos entendimos que por ahora había sido suficiente.
Sobra decir que mis padres y sus hermanos habían comido en aquel lugar durante el tiempo que estuvo abierto; la comunidad entera hizo una especie de pacto silencioso cuando la noticia se dio a conocer en los medios y periódicos.
Todos estaban más que asqueados, pero igual sentían vergüenza de sí mismos al saber que estuvieron consumiendo carne humana por poco más de 2 años.
Si mi tío sabe mucho de este caso no es por otra cosa que el hecho de que el padre de su amigo de la prepa fue uno de los policías involucrados en la detención del señor aquella tarde.
Un par de veces su papá les había contado detalles sobre el hecho en reuniones o fiestas de su amigo donde, borracho, se le escapaba contar la historia.
Quizá era parte de sobrellevar la situación a su manera luego de tanto años.
Llegó a mencionar que ese diario llegó a respaldar un tanto la versión de que él no era quien los asesinaba; sin embargo, no era menos siniestro todo lo que había en esas páginas.